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"El día sin máquinas"

La mañana en la que ocurrió nadie estaba preparado. El día se tornó noche; el norte en sur y la pantalla se puso en negro. "La máquina no funciona" dijo el pesado del profesor, "No puedo arreglarlo"(a pesar de que era su problema). Este problema nos lo transmitió a nosotros igual que EEUU había transmitido su crisis crediticia al resto del mundo años atrás. Sin poder usar mi dispositivo electrónico mi final se acercaba. Mis fuerzas se debilitaban cada segundo que pasaba con esa pantalla negra que decía: cargando. Una auténtica crisis.

La hora de tecnología informática seguía y yo esperando a que el ordenador cargara. Pero mi esperanza a que eso sucediera desaparecía. Finalmente me cansé de esperar y decidí tomar cartas en el asunto. Fui a desconectar el cable del Ethernet, para poder conectarme, cuando el malvado profesor me cogió de la mano y me gritó: "NO PUEDES HACER ESO NIÑO". Asustado, volví a mi lugar. Había un problema y el incompetente profesor no podía resolverlo el mismo, y además no permitía que ninguna persona intentará solventarlo.

Solo había pasado media hora pero el tiempo se congeló, descongelándose solo cuando el profesor gritaba a cualquier alumno. El profesor había instaurado una ley marcial en toda el aula, nadie podía levantarse de su sitio. Cualquier alumno que incumpliera el estado de ley marcial sería severamente castigado. El exceso de autoridad por parte de nuestro profesor permitía que lentamente se creará una ambiente de disensión general. Cuando el tutor se distraía con el móvil solo por un momento, los alumnos se pasaban de incógnito papeles que decían una una única cosa: " Abajo el profesor.". Llegó el momento en el que no faltaba ningún otro alumno por leer el papel. La tensión se sentía en el aire y todos eramos capaces de percibirlo, a excepción del profesor, que estaba extremadamente concentrado jugando al Candy Crush.

Fui yo el primero en empezar lo que creía que sería una gloriosa revolución desconectando el dichoso cable de Ethernet. Pero para mi sorpresa solo uno de mis compañeros me siguió. El tiempo paró. Traicionado por las personas por las que habría dado mi vida, acepté mentalmente lo que ocurriría en los minutos posteriores a ese momento: El profesor dejaría el móvil sobre su mesa, se levantaría de su silla, muy enfadado. Acto seguido, levantaría la mano, con el dedo índice apuntando hacía mi, o hacía mi compañero, no lo sé. Y gritaría desde lo más profundo de su aparato fonador: "SUSPENDIDOS". Sería una masacre verbal equivalente al Domingo Sangriento de 1905.

El tiempo despertó y para mi sorpresa nada de lo que pensé ocurrió. Era ya coincidencia que exactamente en la milésima siguiente a desconectar el cable, el timbre del colegio sonó. Miré a mi compañero, y acordamos visualmente retirarnos de nuestra ahora fracasada revolución y volver a conectar el cable. El profesor, como era de esperar a pesar de que había acabado la clase seguía con su asqueroso juego. Por lo tanto aquella revolución solo sería recordada por yo, mi compañero, y los podridos traidores que fueron mis compañeros.

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